domingo, 28 de junho de 2009

El despliegue chino en África cambia la geopolítica del continente


“Una empresa China construirá el tercer puente de Bamako”, “Se
inaugura el Fondo China-África de Desarrollo con 5.000 millones de
dólares” o “Dos heridos por la policía durante la huelga en una
empresa china”. Titulares como estos se pueden leer a diario en los
periódicos africanos. Y es que el continente se encuentra sumido en
una verdadera “fiebre amarilla”, en la que todas las esperanzas y
todos los miedos parecen provenir del lejano oriente.
Pero no es para menos. En 2007 el gigante asiático invirtió 4.500
millones de dólares en infraestructura en África, más que todos los
países del G8 juntos, y el comercio bilateral entre ambas regiones
aumenta a un ritmo vertiginoso año tras año -entre un 30 y un 50%-
hasta superar los 80.000 millones de euros el 2008. Y para poner solo
otro ejemplo: el número de empresas chinas presentes en el continente
se ha doblado solo en los dos últimos años y ya suman dos millares.

Además, no solo se trata de un crecimiento cuantitativo, sino también
cualitativo, como destaca Ryaan Meyer, director del Proyecto China y
África del Instituto Sudafricano de Relaciones Internacionales, “los
bancos chinos se han centrado hasta ahora en financiar proyectos
energéticos, infraestructuras y recursos primarios, pero estoy seguro
que se moverán hacia otras áreas como la agricultura o la banca
comercial”.

Y con la crisis financiera internacional -de la que China parece
quedar un poco resguardada- “este proceso aún puede acelerarse más”,
opina Jing Gu, investigadora de la Universidad de Sussex, pues “las
inversiones europeas y norteamericanas se están retrayendo hacia sus
países de origen”. A este paso China superará en pocos años a los
países occidentales como primer socio económico en la mayoría de
países africanos.

Conflicto de intereses

Pero la influencia China en el sur del Sahara no es solo comercial.
También crecen los proyectos de cooperación, los intercambios
culturales, la presencia militar y la influencia política. Sobre todo
está última -recientemente ejemplarizada con la negativa de Sudáfrica
de permitir la entrada del Dalai Lama en su territorio- empieza a
crear tensiones entre China y los países occidentales, con EEUU a la
cabeza.

Solo a la luz de esta competencia entre potencias -una suerte de
“nueva guerra fría” en palabras del periodista estadounidense William
Engdahl- pueden entenderse conflictos “locales” como el sudanés, el
zimbabwense o la prolongada y sangrienta guerra del este del Congo,
que ha costado más de cinco millones de víctimas mortales.

“China ofrece una alternativa política, económica y en seguridad a
Occidente para muchos países africanos -explica el analista David
Shinn- sobretodo para regímenes condenados al ostracismo como el de
Sudán o Zimbabwe”.

Así, a diferencia de EEUU y la Unión Europea que condenan embargan
ciertos países no democráticos -aunque no todos- China simplemente
establece un “poder suave” -en la expresión del investigador Stephen
Marks- en el que no excluye a nadie. Con una excepción: los países que
reconocen Taiwán.

¿Beneficio o riesgo?

Pero la influencia China en África ¿puede ayudar al desarrollo del
continente olvidado? En este punto los analistas divergen totalmente.
Así, la investigadora del Grupo de Estudios Africanos Iraxis Bello
destaca que “el crecimiento africano del 7% de los últimos años
hubiera sido imposible sin la ayuda china” y que ahora “los africanos
cuentan con nuevas infraestructuras imprescindibles como carreteras,
aeropuertos o hospitales”. Mientras Stephen Muyakwa, economista y
presidente de la Red Comercial de la Sociedad Civil de Zambia,
advierte del “peligro del crédito barato y sin condiciones chino” que,
a su parecer, puede “generar una nueva burbuja de deuda externa” y
“más corrupción”.

Aún así, el hecho que los países africanos tengan una alternativa al
comercio único con los países occidentales, sea China, India o Brasil,
es visto como “una oportunidad” por los economistas. “Si al final este
comercio resulta positivo o no dependerá de como lo aprovechen los
africanos”, sentencia William Engdahl.

El FMI bloquea el acuerdo minero más caro de la historia de África

¿Puede África utilizar su potencial minero para asegurar su
desarrollo? Vista la historia del primer medio siglo de independencia
la respuesta sería “no”. Pero las cosas podrían cambiar. O al menos
esto se deduce del que es hasta la fecha el acuerdo de desarrollo
minero más caro de la historia del continente, mediante el cual dos
empresas chinas se comprometen a invertir 6.600 millones de euros en
Congo a cambio de los derechos de explotación de ricos yacimientos de
cobre y cobalto.

La inversión no solo será en infraestructura industrial, sino que
incluye la construcción de carreteras, escuelas y hospitales
directamente y sin pasar por la gestión del gobierno congolés.

¿Es este trato aceptable? Es una cuestión difícil. El abogado y
activista por los derechos humanos congolés Laurent Okitonembo no duda
en calificar el contrato de “leonino” y destaca la incongruencia que
se denuncie “la rapiña de empresas occidentales mientras se les
permite a las chinas hacer lo mismo”.

De la misma opinión es el FMI, que ha congelado una condonación de
deuda de miles de millones hasta que no se revise el “injusto”
contrato minero. Está decisión ha causado estupor y malestar en el
gobierno de Kinshasa, donde recuerdan que esta deuda fue contraída por
el dictador Mobutu Sese Seko sin que el FMI le pidiera ninguna cuenta
sobre su uso. “Es fácil entender los chinos cuando le dicen a los
occidentales 'ustedes han estado ahí durante 50 años y ¿que han hecho?
Ni tan siquiera hay una carretera entre Kinshasa y Goma” declaraba
recientemente un alto cargo congoleño al Financial Times.

Joan Canela i Barrull
Berria

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